jueves, 5 de junio de 2008

BIB AZAHAR 13

El pueblo de las sombras verdes

Un día me levanté verde y no me llamó la atención porque era primavera. Tenía verde la cara, las manos, el pelo y el lunar de la espalda. Miré por la ventana y vi los árboles verdes, pero también era verde el agua, las montañas, los caracoles del parque y mi perro Pericles. Salí a la calle donde la gente también era verde. Eran verdes mis amigos, el intendente, los barrenderos, el placero, los chicos que andaban en bicicleta por la vereda, la tortuga escondida en los canteros, mi tía Josefina y las vaquitas de San Antonio. Y nadie se quejaba, al contrario, todos parecían contentos de ser verdes.

En los actos públicos el palco era verde. Los soldados desfilaban de verde oliva, los chicos usaban guardapolvo verde esperanza y la banda tenía instrumentos verde armonía, incluido el clarinete.
Pero fueron los chicos quienes se dieron cuenta de que los verdes no eran iguales. Cuando se vieron en la foto de fin de año, descubrieron verdes aceitunas, verdes gusanos y verdes mentas.
Entonces la maestra separó a los verde nilo en la primera fila, los verde agua en la segunda, los verde seco en la tercera y los verde clorofila en los extremos para que el retrato fuera armónico. El intendente vio que entre sus empleados también había distintos verdes y decidió separarlos por secciones para que la gente tuviera una mejor imagen cuando pagara sus impuestos. Los verde inglés atendían al público porque eran más elegantes.

En los negocios, los verde musgo atendían al público, los verde lechuga hacían las cuentas, y los verde loro los mandados. Un coronel retirado, que era dueño del periódico del pueblo, publicó un artículo sobre la falta de seguridad y sembró sospechas, que todos creyeron, sobre los verde botella.
El jefe de Policía, que era verde apio, dio orden de pedir documentos con foto color a todo el que fuera sospechado de verde botella. Los padres de las novias, que tenían simpatía con los verde botella, fueron encerrados hasta que cambiaran por un verde más decente.
Pero los chicos, a escondidas y con la ayuda del boticario (que también era verde botella), inventaron un elixir que, mezclado con el ozono del aire cambiaba el color por verde tormenta, que era un verde que no estaba prohibido.
Desaparecieron los verde botella pero la inseguridad continuó.

Entonces, el periódico del ex-coronel publicó su segundo artículo donde culpaba a los verde pistacho. Pero como el juez y el cura eran verde pistacho, quedó sin efecto y el escritor bajo sospecha.
El lío se armó el día que nació el bebé azul. El pueblo entero desfiló para ver el fenómeno. El bebé era espantosamente azul y la madre confesó que conocía un pueblo donde la gente era azul.
Hubo urgentes reuniones de las autoridades para prevenir una posible epidemia, y todos les creyeron.
Cerraron los caminos con vallas, portones y candados verdes y se formó la Comisión de Vigilancia y Seguimiento del Crío Azul (CVySdelCA).
Los integrantes siguieron al niño a sol y a sombra. Sellaron las claraboyas de los baños para que no se escapara mientras hacía pis.

Se perpetró un reglamento que estableció que no podía estudiar más allá de segundo grado, de modo que conociera lo elemental de la lectura y la escritura. Se decretó también, en un papel con muchos sellos, que el niño no se casaría ni tendría hijos, por miedo a que fueran azules.
El niño creció con la atenta vigilancia de la CVySdelCA, pero aunque la comisión controlaba las salidas, la madre y el niño, debajo de los muebles verdes, escondieron libros verdes que no se notaban, y el niño los leía y releía las noches que los de la comisión dormían. Así se enteró por los libros que él venía de un pueblo donde todos eran azules y descubrió que en realidad los verdes eran la unión de los azules con los amarillos.

La madre no lo podía creer. Se lo contó a la hermana, la hermana de la madre se lo contó al novio, el novio de la hermana de la madre se lo contó al primo, el primo del novio de la hermana de la madre se lo contó a un tío y el tío del novio de la hermana de la madre le envió una carta a un
pariente pintor que hizo la prueba y comprobó que, efectivamente, uniendo el azul y el amarillo daba el verde.
La noticia corrió como lava caliente.

Rápidamente se reunieron las fuerzas vivas y prohibieron los azules y los amarrillos por asociación ilícita, y se implantó la “tolerancia cero”. Se retiraron las pinturas, las tizas de los colegios, las acuarelas; y al cielo, por reglamento, se lo consideró violeta.
Se prohibieron los huevos y se dieron cursos a las gallinas para que los pusieran verdes, se decretó que el sol era blanco y que el tono amarillo era una ilusión óptica. Se incautaron las bolitas azules y amarillas, los cordones de las veredas se pintaron de negro, se prohibió la crianza de canarios, a los siete colores se los llamó por decreto “verdes tornasolados”, se eliminaron las flores del jacarandá de la plaza, y se cortaron los girasoles a la altura del cuello dejándolos ciegos, y lo que es peor, sin memoria.
El niño, en el primer grado se sentaba solo, hasta que los compañeros descubrieron que era el más inteligente, el más capaz y el más instruido del curso.
Fueron los chicos quienes dijeron que la inteligencia y el conocimiento no tenían que ver con el color ni el lugar de nacimiento. Y fueron los grandes quienes siguieron prohibiendo y haciendo reglamentos, que ya nadie creyó en ese pueblo de las sombras verdes.

Juan Carlos García ( Alta Gracia. Córdoba)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una original metáfora contra el racismo y la intolerancia. mi enhorabuena.